Es innegable que la tinta en la piel nos apasiona. Los estudios de tatuaje crecen por todas las ciudades y llenan las calles más inhóspitas de nuestros barrios. Resulta cada vez más común encontrar a personas con dibujos escondidos que sólo descubrimos cuando, por descuido, una camisa se remanga o un tobillo se deja entrever.
Si antes estaban mal vistos, ahora es casi raro no llevarlos. Todos tenemos algo que contar, y todos tenemos una historia significativa que grabar en nuestro cuerpo. Como escribió Jack London, los hombres y mujeres tatuados seremos en realidad hombres y mujeres con historias. Unas veces más bonitas, otras veces más feas pero, al fin y al cabo, historias.
Los que sí narraban verdaderas novelas de aventuras a través de su cuerpo eran los criminales rusos del siglo pasado. Sus vidas han sido retratadas y recopiladas hasta la saciedad en el cine de Hollywood y en algunos álbumes artísticos como los que la editorial FUEL publicó hace pocos años. En ellos podemos encontrar explicaciones de cada uno de los diseños, de cómo se los hacían y de qué significado guardaban para ellos dentro y fuera de la cárcel.
A saber: mariposas para los que se fugaban, rosas para los que cumplieron su mayoría de edad entre rejas, dagas para los asesinos a sueldo o delincuentes sexuales, tigres para los que maltrataron a un policía, campanas para los que aún tenían la esperanza de quedar absueltos, ojos de mujer para los más listos, o calaveras en las falanges para los que cuentan sus crímenes con los dedos.
En agosto verá la luz el próximo volumen que la editorial FUEL dedica a los tatuajes de criminales rusos. Un libro dedicado a las fotografías de las fichas policiales de cada uno de ellos. Hombres anónimos a veces con cara de locos y a veces con mirada angelical, como si en su vida hubieran roto un plato.
180 páginas de imágenes en las que el antólogo y especialista Arkady Bronnikov trata de dar sentido a cada uno de los mapas de tinta que los delincuentes llevan registrados.
Pura literatura hecha de crímenes.
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